
Cuicuilco fue una de las primeras zonas arqueológicas más importantes de la Cuenca de México; sin embargo, la grandeza agrícola y religiosa del lugar conocido como “donde se hacen los cantos y danzas” se vio mermada por la erupción del volcán Xitle en el siglo ll, protuberancia tectónica que cubrió la zona sur de la Ciudad de México con flujos de lava. Este fenómeno ocasionó que siglos después se erigiera otro asentamiento urbano, sobresaliente por conservar lo antiguo y lo moderno en un solo lugar: el Pedregal.
Este distrito quedó abandonado luego de que los cuicuilcos migraran a Toluca a raíz del esparcimiento del magma volcánico. Durante la década de los 40, el interés de distintas eminencias del arte y de urbanistas destacados, logró iniciar la transformación de este espacio custodiado por la naturaleza en una zona para la cultura, el reposo y la novedad.
Con la premisa de respetar el ecosistema –es decir, “conservar los trazos de lava así como la flora y fauna”–, el muralista mexicano Diego Rivera publicó en 1945 los “Requisitos para la organización del Pedregal”, documento que ayudó a la planeación de Ciudad Universitaria (1947-1952) y de los Jardines del Pedregal de San Ángel (1946-1953).
El arquitecto y urbanista mexicano Luis Barragán fue el encargado de concebir el fraccionamiento Jardines del Pedregal de San Ángel. Para tal proyecto recurrió a otros arquitectos de la época, como Max Cetto, Félix Candela y Enrique del Moral. Tomando como guía los caminos que dejó el volcán Xitle y consultando al pintor y vulcanólogo Gerardo Murillo (conocido como Dr. Atl), las calles de este espacio rocoso recibieron nombres como Lava, Cráter, Cascada, Agua o Sismo, que aún conservan.
Por su parte, Ciudad Universitaria, construida por los mexicanos Mario Pani y Enrique del Moral, cuenta con la Reserva Ecológica del Pedregal de San Ángel donde se erigen obras de vital importancia para la arquitectura vanguardista, como el Espacio Escultórico y el Paseo de las Esculturas (inaugurados en 1979). Éstos tienen como finalidad mostrar la unión entre el entorno natural y las construcciones modernas a partir de la cosmovisión del mundo prehispánico. En dicha senda se aprecian esculturas como “Serpientes del Pedregal” de Federico Silva y “Corona del Pedregal” de Mathias Goeritz.
Fue gracias a Goeritz, escultor alemán, que el territorio es ahora sinónimo de innovación y modernidad a nivel mundial. Con motivo de los Juegos Olímpicos de México 68, el inventor de la llamada "arquitectura emocional" diseñó la Ruta de la Amistad, un corredor escultórico con 19 figuras de gran tamaño que fueron hechas por diferentes artistas provenientes de Japón, Marruecos, Uruguay, Polonia y México. La mayoría de estas piezas aún se encuentran en su sitio original dentro del circuito de 17 kilómetros de Periférico e Insurgentes.
A pesar del paso del tiempo, la historia sigue demostrando que el presente es resultado de sucesos remotos que conforman la identidad nacional. Gracias a su carácter ambivalente, el Pedregal confirma su afinidad prehispánica con los cimientos de su terreno y reafirma su carácter contemporáneo al soportar en sus monolíticas construcciones el peso de la renovación.